En contra de lo que muchos creen, el dogma de la Inmaculada Concepción, proclamado por el Papa Pío IX el 8 de diciembre de 1854 (y celebrado por la Iglesia católica cada 8 de diciembre) no se refiere a la concepción de Jesús, sino a la de María.
Según esta verdad de fe, en efecto, la Virgen María fue concebida pura, sin pecado original: Dios preservó a María de toda mancha de pecado original desde el primer momento de su concepción en el seno de Santa Ana.
La formulación relativamente reciente de este dogma se debe a las disputas teológicas de siglos sobre el nacimiento de la madre de Jesús.
En Oriente se celebraba una fiesta de la concepción de María desde el siglo VI d.C., que se extendió a Occidente a partir del siglo X, pero no se oficializó hasta 1708.
Por eso, el 8 de diciembre de cada año, los cristianos católicos celebran que María, la madre de Jesús, nació sin la mancha del pecado original. Una excepción única en la historia de la humanidad (“gracia y privilegio singulares”) por la que Dios preservó inmediatamente a María de toda culpa, incluso la más leve.
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